Pudimos evidenciar en los últimos tiempos la división, el odio, la polarización, como la llaman algunos, y la crisis de fe en las instituciones colombianas. Es oportuno trabajar de manera conjunta para curar esas heridas que se han ocasionado, porque la falta de confianza en nuestra sociedad ha sido un impedimento fundamental para la aprobación de planes que buscan el desarrollo de las instituciones y el país.
No obstante, encuentro en medio de esta desesperanza que solo es posible reconstruir la confianza y la credibilidad de la sociedad, si desarrollamos procesos justos, pensando en el servicio y la equidad del ser humano, siempre y cuando haya prelación en el principio del interés general sobre el particular, como condición para que exista un Estado democrático, social y de derecho.
Es la hora para que los jóvenes avancen y el momento para que guíen sus ideas de manera responsable pensando siempre en el otro, es decir, en función de servir a los demás. Esta generación debe, más que cualquier otra, responder a las siguientes preguntas por el momento en que vivimos ¿quiénes somos nosotros?, ¿en qué nos apoyamos?, ¿en qué creemos? y ¿quiénes seremos?
Los jóvenes deben hacer la diferencia, ustedes están en la obligación de ayudar a que nuestro país crezca enfrentando los grandes desafíos que vivimos. Como dice el Profesor José Eben en su libro ‘Los Albores y el futuro de la humanidad’, “en cualquier época de la historia en que nos detengamos, encontraremos que nunca han estado todos los pueblos al mismo nivel de cultura, asimismo nos lleva a imaginar, cómo sería el hombre del siglo mil (año 100.000)”.
Hoy existe un mensaje que espero recuerden, no es hora de quedarnos al margen, a la orilla, necesitamos que todos nos involucremos en cada uno de los procesos de nuestra sociedad, de la vida nacional y del mundo. Debemos pensar en una economía que incluya un ecosistema de innovación, que permita conseguir el bienestar y la libertad de cada uno de los que hacemos parte de esta humanidad.
Tenemos esperanza en esta generación, por eso se debe caracterizar en: ser la más generosa, tolerante, educada y leída de toda la historia de nuestro país. De esta manera podremos mantener la fe y traerla de regreso con una función específica en este mundo, crear una armonía aplicable a reacciones y cambios, producto de las contingencias del medio ambiente.
Hoy la inequidad es superior a la de cualquier época de la historia, el mundo es de pocas oportunidades para los ciudadanos, entre otras cosas, por una mala distribución de la riqueza, como lo escribe el profesor y premio Nobel de Economía en 2001 Joseph Stiglitz en su libro ‘Capitalismo progresista: la respuesta a la era del malestar’, vivimos en una “democracia del 1%, por el 1% y para el 1%”.
Hemos olvidado que la verdadera riqueza de una nación está en la creación, en la creatividad y productividad de la gente que constituye un estado y en las interacciones entre sus habitantes, en un mundo complejo debido a su diversidad que reclama equidad. Por eso se hace evidente que reconozcamos las diferencias entre la riqueza de las naciones y la de los individuos.
En las UTS fomentamos cada vez más la investigación para abrir espacios a ideas e inversiones en infraestructura, tecnología y ciencia. Allí es donde está la verdadera fuente de riqueza de nuestra institución y, por ende, la clave para aumentar nuestra productividad, y el cambio de vida de nuestra comunidad, en el conocimiento, el aprendizaje y el desarrollo de la ciencia y la tecnología.
Así es como entendemos que en el centro de nuestra institución están el conocimiento y la innovación, a partir de una investigación básica que, sin duda, debe ser un bien que nos beneficie a todos para contribuir, desde la academia, con el desarrollo de nuestras comunidades orientada hacia el objetivo de alcanzar la soñada sociedad del conocimiento, con equidad y en un Estado democrático.
Con afecto,
Prof. Dr. Sc. Omar Lengerke Pérez