Desde hace dos años llevamos una vida atípica, enfrentando situaciones difíciles que nos llevaron a cambiar nuestras formas de ser de manera radical como producto de la emergencia sanitaria, que nos invadió en algún momento de incertidumbre y miedo; sensaciones que provocaron un impulso en nosotros para demostrar que somos seres resilientes y que podemos vencer los obstáculos.
Entendimos que somos frágiles y que estamos en una sociedad que no es perfecta y que por el contrario tiene dificultades que merecen soluciones. Por esa razón también aprendimos el verdadero valor del amor, y logramos obtener nuevos conocimientos gracias a la educación, la ciencia, la tecnología y la innovación, porque estamos seguros que a través de la meritocracia podemos construir un mundo mejor.
En este sentido, afirma Michael J. Sandel, autor de La Tiranía del Mérito, el problema no solo es que no podamos estar a la altura del principio meritocrático, porque este también tiene fallas y su lado oscuro está en que puede corroer el bien común. Además, conduce a la arrogancia entre los ganadores y los humillados que, según los primeros, se consideran como perdedores porque no están en igualdad de condiciones.
También Sandel hace énfasis en lo que reflejan las posiciones sociales y cómo el sistema premia el talento y el trabajo, anima a los ganadores a considerar que su éxito ha sido obra suya como un indicador de su virtud, y a mirar con condescendencia a quienes no han sido tan afortunados como ellos, porque no todos tienen las mismas oportunidades para sobresalir en una sociedad en donde prevalece la desigualdad.
Asimismo, el profesor Michael J. Sandel, en su crítica presenta la petulante convicción de los de arriba, quienes dicen “merecer el destino que les ha tocado en suerte y que los de abajo también obtengan lo suyo”, sin duda, esta actitud es el complemento moral de la política tecnocrática. Por esa razón, cuando se tiene presente el carácter contingente de nuestra situación en la vida se genera una cierta “humildad”.
Por su parte, Martin Luther King, defensor de los derechos de los ciudadanos, expone un lado más humano, al vincular la dignidad de los recogedores de basura con la contribución que ellos le brindan al bien común, tanto, como la de los médicos, que por su labor social también evitan la propagación de enfermedades por diferentes medios. Esto significa que todos los trabajos dignifican al hombre y favorecen el equilibrio en el ecosistema de la vida.
Es por esto que no podemos seguir generando divisiones en una sociedad, que se requiere de unidad y humildad; es necesario dejar atrás la estratificación que genera inequidad. La meritocracia debe hacerse efectiva y contribuir al bien común, con cambios no solo en el desarrollo económico de un país, también en el aspecto humano desde lo moral y espiritual, esa será la única manera de alcanzar la transformación y la movilidad social.
De esta manera, mi invitación a toda la comunidad uteísta es para que valoremos la transformación que estamos viviendo en nuestra institución y analicemos si todo lo que hacemos guarda lógica con lo que creemos que nos merecemos. Esperamos tener buenas notas, un trabajo digno bien remunerado, una vida cómoda y tranquila ¿pero a qué precio? El de asumir una vida sin soberbia y egolatría, sino con empatía y generosidad.
Con aprecio,
Prof. Dr. Sc. OMAR LENGERKE PÉREZ