Decía Séneca (4 a.c – 65 d.c), filósofo romano, que “la buena suerte llega cuando la preparación se encuentra con la oportunidad”. Aunque la frase tiene muchos siglos de historia, adhiero a ella. Todos anhelamos tener “buena suerte”, en nuestra vida personal y en la profesional.
Dejemos por ahora lo personal y concentrémonos en lo que nos atañe. ¿Qué se requiere para convertirse uno en profesional? En primer lugar, preparación, o sea una formación académica y/o técnica. No es condición sine qua non para triunfar, obvio, pero lo fundamental es esto: gústenos o no, todo en la vida es cuestión de oportunidades.
Y, parafraseando a Séneca, la mejor oportunidad es la educación. Sí señores, es ahí donde se adquiere la preparación para cuando te llegue un golpe de suerte, que podría concretarse -pongamos un solo ejemplo- en una cita para tu primera entrevista de trabajo.
Opciones para estudiar las hay por montones, obvio, pero hay una circunstancia que constituye la oportunidad dorada: la educación gratuita. Y esta, vaya coincidencia, la brindan las Unidades Tecnológicas de Santander (UTS).
Si tenemos la oportunidad de una formación profesional gratuita, esta se mide por el valor intrínseco de adquirir conocimientos para un futuro desempeño profesional. Ahora bien, hay un elemento que para concretar este objetivo se hace imprescindible: las ganas de superarse, de crecer como un ser humano integral, de alcanzar metas cada vez más altas. Como dijo algún filósofo de ignota recordación, “mi único competidor es la persona que fui ayer”.
Aquí entre nos, las dos máximas de mi vida son: 1-) Si sabes para qué haces las cosas, superarás todos los obstáculos. 2-) Aprovecha las oportunidades para formarte, porque nunca se sabe cuándo necesitarás ese conocimiento ni qué puertas te abrirá en el futuro. Yo soy fruto de ambas máximas.
Menciono entre las ganas de superarse la búsqueda de metas cada vez más altas, porque en esa tarea he estado desde que recibí el diploma de bachillerato. Cuando me gradué tenía clara mi vocación hacia lo tecnológico, así que me inclinaba por la Ingeniería Mecánica. Sin embargo, me presenté a las UTS a estudiar Tecnología en Electrónica, al igual que mi hermano mayor, precisamente. Y adivinen qué pasó. Que no pasé, valga la cacofonía. Como dije en algún escrito, “El sueño de mi futuro quedó roto antes de empezar a construirlo”.
Ahora bien, un tiempo después, mientras prestaba servicio militar en la Policía se presentó la oportunidad de optar a una beca de la UNAB… y ahí sí pasé. Me gradué como Ingeniero de Sistemas, y tras terminar la carrera se presentó una segunda oportunidad: la de una maestría becada en el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM), en México. Y me presenté… y también pasé. Y luego fue un doctorado en Ingeniería Mecánica en la Universidad Federal de Rio de Janeiro, Brasil.
Aquí debo brindar claridad en que eran otros los tiempos en que muy pocas personas tenían acceso a la educación. En Colombia, quizás las primeras oportunidades educativas verdaderas comenzaron a darse a partir del gobierno de José Hilario López, quien abolió el esclavismo y decretó la separación entre Estado e Iglesia. Y sobre este escenario aparecieron las primeras universidades, producto ante todo del influjo de la Revolución Francesa.
Desde esos lejanos tiempos mucha agua ha corrido bajo los puentes, hasta un escenario donde hoy la tasa de cobertura en educación media se ubica en un 89,9 por ciento (personas que acceden al bachillerato), y el mismo indicador para la educación superior está en 54,92% al año 2022. Esta cifra podría parecer negativa, pues indica que de cada cien colombianos un promedio de 45 no logra ingresar a una institución de educación superior o graduarse. Pero lo cierto es que, en lo educativo, cada día se presentan nuevos avances y oportunidades que nos permiten ser optimistas.
Estudiar implica asumir grandes retos o presiones, por supuesto, pero mi consejo para todo el alumnado y profesorado es que no se dejen vencer por la adversidad. Confíen que van a superar los obstáculos. Una mala nota no es un estigma, es solo un reto a superar. Así lograrán graduarse, mientras la motivación permanezca firme, y sin olvidar nunca el para qué hacemos las cosas.
Con afecto,
Dr. Sc. Omar Lengerke Pérez
Rector