Estas líneas están dedicadas a exaltar la excelencia del educador; al iniciar escribiendo sobre varios profesionales, sus relaciones con educandos y educadores, se percibe que no importa el siglo, el milenio, su papel es fundamental en la formación del individuo y, por tanto, de la sociedad.
La historia de la humanidad cuenta con numerosos personajes, desde los grandes pensadores e investigadores, hombres de letras, las artes y la ciencia, hasta padres, madres y jefes de pequeñas comunidades, que se han convertido en educadores importantes en la difusión de conocimientos y culturas.
¿Y en su historia? Seguramente cada uno de nosotros puede nombrar a uno o más que marcaron nuestra vida estudiantil, en actitudes profesionales, incluso cuando no se percibe, generan interacciones positivas dentro o fuera del salón de clase. Son personas especiales, cuyas acciones, conocimiento, experiencia, carácter o competencia, sirven de modelo o de espejo para el futuro desempeño profesional de la mayoría de sus discípulos.
Muchos niños sueñan con ser educadores en el futuro y la mayoría de los jóvenes que se vislumbran por ir a una institución de educación superior, reconoce la importancia del educador. Para los educadores, queda la seguridad de haber elegido el camino correcto, la necesidad de revisar y repensar constantemente los paradigmas y la responsabilidad de volver a su acción para su carrera, para el estudiante y para la institución a la que pertenecen. Solo los educadores, que tienen pertenencia con su institución, contribuyen positivamente al cambio social, para los otros, sigue siendo una opción más de supervivencia y sobrevivencia.
Exalto hoy a los profesores valorados por sus estudiantes, quienes los reconocen como personas cercanas, que se preocupan por su aprendizaje y que buscan sacar de ellos lo mejor; esto con el propósito de formarlos como los mejores seres humanos y profesionales. Los reconocemos como un ejemplo a seguir dentro de sus pares, porque marcan la diferencia y la dirección que consideramos correcta.
Un educador se convierte en la conciencia del estudiante. El valor de educar consiste en orientar al educador respecto a qué es lo que tiene que ofrecer a su educando y saber dónde debe insistir, dónde están los problemas y dónde hay menos conocimiento, en esto radica el concepto de excelencia como la “superior calidad o bondad que hace digna de singular aprecio y estimación de una cosa”.
El educador es insustituible, enseñando a vivir a las personas con una autoridad que ayuda a crecer e implica un acompañamiento, ejerciendo esta función desde la persona que académicamente tiene que afrontar una clase, articulando cuidadosamente su formación específica y su experiencia profesional. En cumplimiento a su ética, como educador de propósitos educativos con planes y programas de estudios pertinentes, no se educa en abstracto, se educa para intentar mejorar la sociedad y formar personas capaces de vivir en ella. Se debe contar con un liderazgo y compromiso con la institución de educación superior, con visión, carácter, motivación y capacidad de organización. Hoy el educador debe tener disposición permanente para aprender construir conocimiento colaborativamente, difundir ese conocimiento a través de secuencias didácticas que propugnen por el aprendizaje de sus educandos.
De igual manera, el educador es un mediador entre la comunidad y el conocimiento, para que se convierta en un referente ante sus estudiantes y ante la sociedad de buen ciudadano. La tarea del educador es la verdadera preocupación por el otro, que es el más alto nivel de moralidad, es por esto que la educación es uno de los símbolos de la preocupación por los demás. Es importante que el profesor tenga vocación y gusto por lo que hace, como también lo es, el que sea tratado de acuerdo con el esfuerzo y la dificultad de su tarea.
Somos seres incompletos, nacimos sin terminar, y es precisamente este espacio vacío en la forma de una esfinge que nos cuestiona, lo que permitirá la experiencia de la educación. La educación no es otra cosa, si no el esfuerzo que los humanos hacemos, estando cerca los unos de los otros, para responder a la misma pregunta: ¿cómo nos hacemos cada vez más humanos? La tarea de la inmensidad ha llevado a perversas reacciones de cinismos, incredulidad, intentos de desaliento a la trivialización humana. Se necesitan educadores que investiguen y que a través de su producción escrita pronuncien su voz y su propio pensamiento. No podemos seguir siendo educadores que repiten un saber foráneo, escondidos detrás de las cuatro paredes de nuestras aulas de clase. Por eso, el presentar ponencias, publicar avances de resultados de investigación en revistas y escribir libros; permite constituir redes de conocimiento, con lo que se fortalece la comunidad académica.
La educación es el más humano de los oficios y su principal tarea, de la cual somos responsables, es la capacidad de despertar, más y más, la humanidad adormecida en cada uno de nosotros, la utopía a favor del que aún no ha visto la luz. Somos, hemos sido, y espero que siempre seamos, antes que nada y por encima de todas las cosas, educadores. El “teacher” como me dice el primo David, es un educador. Sigmund Schlomo Freud (1856 – 1939), con la sagacidad que le era propia, da como improbables tres profesiones: gobernante, psicoanalista y educador. Así se note que la vida de Freud es la primera a desmentirlo, debemos admitir que él tenía alguna razón. Tal vez la educación no sea apenas una profesión y sea, mucho más que eso, una forma de estar en el mundo, una forma de estar entre nuestros semejantes, una actitud ante la vida.
Prof. Dr. Sc. Omar Lengerke Pérez